Mujercitas, o el pasado vigente.

(Para ti, que en la sala de cualquier cine se alberga aquel ausente futuro).

En julio de 1926, cuando el cine llevaba un tiempo muy corto de vida y aún era silente, Virginia Woolf escribió un ensayo titulado ‘The Cinema‘, publicado originalmente en el New York Journal Arts; sin embargo, después de un proceso de edición y estilización, se publicó bajo el título de The Movies and Reality‘ en The New Republic. Por ello, a merced del reciente estreno de Mujercitas de Greta Gerwig, merece la pena rescatar este fragmento de aquél escrito: «¿Qué cosa podría ser más sencilla y accesible? El cine cayó sobre su presa con gran rapacidad, y hasta este momento continúa sobre el cuerpo de su infortunada víctima. Más los resultados son desastrosos para ambos. No es una alianza natural. El ojo y el cerebro se hacen pedazos despiadadamente cuando intentan en vano trabajar a la par. (…) Nada de esto tiene la más mínima relación con la novela que escribió Tolstoy, y sólo cuando desistimos de intentar relacionar las imágenes de la película con el libro, es que podemos conjeturar, a partir de alguna escena incidental -como la del jardinero cortando el césped- lo que el cine podría hacer si se le permitiera que se las arreglara con sus propios medios.»

Desistir de la relación de imágenes película-libro es la «clave», y entonces hay que hacer hincapié en el significado (no interpretación) sobre las adaptaciones: es una adecuación, una modificación que muta según el medio al que se adapte. Cada medio es distinto, por ende prescinde o no (o bien modifica) de ciertos aspectos: características y lenguaje.

Y la situación se pone más áspera cuando se adapta una novela de más de un siglo de antigüedad, como es el caso de Mujercitas de Louisa May Alcott, a una época como la actual, llena de inmediatez; amorfa, deconstruida, reaccionaria, escasa de posibilidades; que se escabulle, oculta, pero que también engrandece movimientos, subraya problemas y les busca solución, los confronta, propone, alterna, indaga. Suena a trabajo complejo, digno de una sagacidad y un virtuosismo que Greta Gerwig (Lady Bird) ha demostrado: como actriz, directora y guionista. Dice, en muchas de las entrevistas que tuvo por el estreno de Little Women, o Mujercitas (2019), que «es la película que siempre quiso hacer». Y hace sentido: la cinta le pertenece, la cuenta a su modo, y es entrañable.

1860, las hermanas March, junto a su madre, se embarcan en una especie de vacación, con la ausencia del padre y también esposo a causa de la Guerra civil que azota a los Estados Unidos. La secuencia inicial nos anuncia quien será la espina dorsal de la cinta: nos presentan a Jo (Saoirse Ronan), quien en una sola secuencia dibuja el panorama: inequidad, resignación, omisión, audacia. Jo se convierte, intencionalmente, en la narradora (y casi en eje horizontal de la cinta). En off , nos va describiendo las situaciones, y cuando no lo hace plantea, al menos, el preludio: transitándose entre solamente su voz y sus apariciones en pantalla. Ella trabaja, deja en claro al espectador que ella tiene que ver por su familia, o por quienes quedan aún en ese núcleo.

Mediante un ejercicio de analepsis recurrente, nos encontramos mirando la vida y los sucesos más importantes de la familia March: la enfermedad incurable de Beth (Eliza Scanlen), quien adquiere esa fiebre que la debilitó hasta cansarse a merced de actos de buena fe; o la boda de Meg (Emma Watson), quien va diseminando su matrimonio hasta comprenderlo y, entonces, poder disfrutarlo; o la casi extradición de Amy a Londres para evitarse el contagio de la fiebre escarlata y, de paso, hacer sentir miserable a Jo por culpa de la tía March (Meryl Streep), que decidió olvidar, así, sin más, todo lo que Josephine había hecho por ella, pasando por alto también la casi promesa de llevársela a ella a Londres.

Bajo la premisa de la heroína que resiste pero también se quiebra ante los brazos de su madre, al recordar y hasta sentirse arrepentida de haber rechazado aquella propuesta matrimonial que, según la época (que hace mucho eco en el presente) era el signo mayúsculo de triunfo para las mujeres.

Y es ahí donde la película complace, pues a pesar del dinamismo y la autonomía de cada una de las decisiones que toman los personajes, jamás se desestima el matrimonio, empero, si desdibuja el estigma del compromiso en el monólogo que enuncia Amy March para Laurence cuando este le visita en su estudio y le cuestiona, tácitamente, acerca de lo que piensa sobre casarse. Y suprime cualquier libertad deseada en las mujeres en aquella época, aunque, es tal la libertad y el desinterés y la claridad que a pesar del objetivo primero de sus palabras, minimiza casi por completo su interés por casarse (al menos con el hombre que está por proponerle matrimonio). Por otro lado, en otra etapa de Jo, siendo esta ya una adulta desmoronada por su soledad «autoinducida», rememora, casi arrepentida, cuando rechazó a Laurence como su legítimo esposo; sin embargo, más allá de un hundimiento en solitario, decide, Josephine contarnos su historia, escrita, y de nuevo volvemos al inicio, añadiendo, pues, esta ocasión, la culminación de uno de sus sueños que ella creía truncados por el ánimo: el escribir una novela.

(Y nos muestran, en la mayoría de las escenas, sin prisas y a detalle, la precisión del guión re-escrito de Greta Gerwig y la precisión fotográfica de Yorick Le Saux (quien ha fotografiado también para Claire Denis, Oliver Assayas, Jim Jarmusch y hasta Luca Guadagnino); la foto es un personaje más, no sólo muestra, también propone, induce, colorea, persuade).

De las varias adaptaciones de la novela de May Alcott, por el riesgo y la época en que sucede, a criterio propio, me parece la mejor de al menos la mitad de ellas… Que, volviendo al inicio y retomando las palabras de Virginia Woolf: disentir y aceptar que la utilización de nuevos medios puede ser benéfico y en ningún momento ninguna de las representaciones están peleadas, a diferencia de lo que quizás a priori creamos.

Mencioné, recién tuve la oportunidad de ver Little Women el viernes pasado, casi al salir del cine, lo siguiente: «Greta Gerwig se supera con el paso tiempo. Como si hubiera decidido -aunque quizás sin intenciones-, abofetear sus premios pinches y hacer una película fantástica, y, sin decirle nada a nadie, dejar claro que su cine es legítimo (y propositivo) sin necesidad de nada ni nadie: sólo funciona para sí; para las mujercitas que le dan vida y cuerpo a la cinta.»

Y me quedo con ello, como Jo, coloreando la melancolía de los recuerdos para recordar a mi modo, sin que pese tanto, sólo escribiendo, y escribiendo, y escribiendo…

Twitter: @demixngarcia

Contacto: demian.gar.31@outlook.com

Deja un comentario